¿Cómo llegué allí?
En 2014 fui voluntaria de la fundación Soñar Despierto, y sin duda ha sido de las experiencias más gratificantes de mi vida.
Siempre había querido hacer voluntariado y al empezar la universidad decidí que era el momento. Lo único que tenía claro era que quería que fuese relacionado con niños. Fue entonces cuando conocí a través de un compañero la fundación Soñar Despierto. En seguida me cautivó su labor y me apunté para ser voluntaria en su programa de apoyo semanal a residencias infantiles donde viven niños procedentes de familias desestructuradas y ambientes marginales. Una vez apuntada, nos reunieron a todos para darnos un pequeño "training" y después nos dieron a elegir entre las distintas residencias con las que colaboran en Madrid para elegir la zona que mejor nos viniese. En mi caso elegí la Residencia Infantil de Vallehermoso, ubicada en la zona de Chamberí. Allí pasé cada tarde de viernes durante un año.
Mis funciones...
La residencia acogía a unos 40 menores de entre 3 y 17 años, quienes estaban a cargo de varias monjitas y cuidadoras. Sin embargo, estas no daban abasto. Debido a ello, mi función consistía en darles apoyo. Llegaba nada más salían los niños del colegio y me quedaba allí hasta su hora de cenar. Jugaba con ellos, les ayudaba con los deberes, les llevaba al parque,… o simplemente me sentaba a hablar y pasar tiempo con ellos.
Una de las tardes que pasábamos juntos
En concreto fueron 16 niños con los que estuve. Cada uno de ellos tenía una situación familiar diferente. Me acuerdo de los hermanos Felipe y Daniel, de 14 y 13 años. Los fines de semana volvían a casa con su madre, la cual los tuvo siendo tan solo una adolescente y no podía mantenerles. Leonor, de 5 años, enferma de sida, que tenía a su familia en Nigeria de donde también era ella. Jesús, de 7 años, tenía a sus papás en la cárcel y a pesar de su corta edad ya había pasado por varias familias de acogida. Dylan, de 7 años, nació discapacitado y sus padres le habían abandonado siendo tan solo un bebé.
Cada uno de ellos tenía su propia historia, pero todos ellos tenían algo en común: una gran falta de cariño. Nada más llegar ya se peleaban entre ellos por captar mi atención. Me preocupé por dedicarle a cada uno de ellos el tiempo y atención que requerían. No estaban acostumbrados a ello, y al poco tiempo el cariño mutuo era inmenso. Me acuerdo del día en el que uno de ellos, Jesús, me llamó “mamá”. Era la primera vez que se sentía realmente querido y fue por ello que me relacionó con la figura materna. Fue sin duda de los momentos más duros durante el tiempo que estuve con ellos.
Todo lo que aprendí...
No somos conscientes de la suerte que tenemos de tener una familia y un hogar. Son cosas que damos por hecho y no valoramos lo suficiente. Estos niños han crecido sin figura parental, sin referentes y sin un lugar al que llamar “casa”. Me di cuenta que dedicando tan solo una pequeña parte de nuestro tiempo, podemos hacer mucho bien a muchas personas. Y más allá de eso, lo mucho que puede llegar a aportar a uno mismo. A mí esta experiencia me hizo crecer como persona. Me enseñó a dar más valor a las cosas más simples y cotidianas, a dar cariño a la gente sin pedir nada a cambio. La gratitud que siento hacia estos niños es inmensa y lo mucho que me aportaron tiene un valor indescriptible.
Han pasado 6 años y, sin embargo, me sigo acordando de cada uno de ellos: Sheila, Hugo, Jordan, Dylan, Jesús, Luca, Felipe, Daniel, Leonor, Dylan, Darlyn, Violeta, Sheila R., Dani, Javi y Michaela. Desde entonces un cachito de mi corazón siempre les pertenecerá. Espero poder reencontrarme algún día con ellos y comprobar que les ha ido bien en la vida. Nada me haría más feliz.
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