Cuando mi amiga Adriana me preguntó si mi cámara y yo podríamos acompañarla para inmortalizar una pequeña aventura por el zoo junto a los miembros de una residencia de menores no lo dude ni un segundo. Nunca había participado en un voluntariado, no porque no me llamara la atención sino porque siempre estaba "ocupado" y lo veía como algo que implicaba días y viajar, que engañado estaba.
Fui junto a otros voluntarios a pasar el día al Zoo de Madrid, a disfrutar de pingüinos, osos panda, leones y delfines mientras un grupo de menores, que al principio estaban muertos de vergüenza, alucinaban con tantos animales y sus colores, pelajes, sonidos, acrobacias...
Poco a poco estos mismos chicos vergonzosos fueron ganando confianza y nos convertimos en una gran familia por un día mientras yo disparaba con mi cámara para inmortalizar el buen rato que pasamos. Comiendo hamburguesa, jugando con las cabras, llevando a hombros a los más peques. No sabía muy bien qué esperar de un evento así pero se convirtió en un día de esos que marcas en el calendario agradecido de haberlo vivido. En una época de crisis, postpandemia, guerras y de estrés constante, poder realizar este tipo de actividades que te envuelven completamente y hacen que desconectes del mundo que te rodea es increíble, y estoy seguro que será la primera de muchas. También me llevo un buen recuerdo de uno de los jóvenes que se interesó mucho por la fotografía, una de mis grandes pasiones, y poder compartir con él mis conocimientos me hizo más feliz aun.
He de confesar que yo iba a estar solamente unas horas pero ver las caras de esos niños tan felices y riendo a carcajadas me animó a quedarme hasta el final y no perderme la ronda de abrazos y el baile del mayor de ellos.
Ese día aprendí muchas cosas, y me cercioré de que ayudar y hacer feliz no cuesta tanto como creemos.
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